Lo dicho
demuestra también que en los honores tampoco está el sumo bien del hombre que
es la felicidad.
El fin último
del hombre y su felicidad consisten en una perfectísima operación propia, como
consta por lo dicho (c. 25). Mas el honor del hombre no consiste en una
operación propia, sino en la de aquel que se lo tributa. Luego la felicidad
humana no debe ponerse en los honores.
Lo que es bueno
y deseable en atención a otro no es el último fin. Y tal es el honor, pues
nadie recibe honor rectamente si no es en atención a algún bien que posee.
Porque los hombres buscan recibir honores como si quisieran tener un testimonio
de algún bien que en ellos existe; de ahí que su mayor gozo sea el recibir honor
de los grandes y de los sabios. Luego la felicidad del hombre no debe ponerse
en los honores.
A la felicidad
se llega por medio de la virtud. Pero las operaciones virtuosas son
voluntarias, pues de lo contrario no serían laudables. Según esto, la felicidad
debe ser algún bien al que el hombre llegue voluntariamente. Sin embargo, el
tributo del honor está más bien en poder de quien honra y no en poder de quien
es honrado. No debe, pues, establecerse la felicidad humana en los honores.
Solamente los buenos
son dignos de honor. Sin embargo, los malos pueden recibirlo también. Luego es
mejor hacerse digno de él que recibirlo. Por lo tanto, el honor no es el sumo
bien del hombre.
El sumo bien es
un bien perfecto, y el bien perfecto no soporta anal alguno. Pero quien en sí
no tiene mal alguno es imposible que sea malo. No es posible, pues, que sea
malo quien tiene el sumo bien. Sin embargo, un hombre malo puede recibir honor.
Luego el honor no puede ser el sumo bien del hombre.
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