Si, pues, la
felicidad suprema del hombre no está en los bienes exteriores, llamados de
fortuna, ni en los bienes del cuerpo, ni en los del alma respecto a la parte
sensitiva, ni tampoco en los de la parte intelectiva respecto a los actos de
las virtudes morales, ni en las intelectuales que se refieren a la acción, como
son el arte y la prudencia, resultará que la suprema felicidad del hombre
consistirá en la contemplación de la verdad.
Pues esta
operación es propia exclusivamente del hombre, no habiendo otro animal que en
modo alguno la posea.
Es más, tampoco
se ordena a cosa alguna como a fin, puesto que la contemplación de la verdad se
busca por olla misma.
Incluso por esta
operación se une el hombre a los seres superiores, asemejándoseles, porque ésta
es, entre las operaciones humanas, la única que se encuentra en Dios y en las
substancias separadas.
Además, con esta
operación se aproxima a los seres superiores al conocerlos de algún modo.
Por otra parte,
el hombre se basta a sí mismo para esta operación, ya que para realizarla
apenas precisa la ayuda de las cosas externas. Y, por último, todas las otras
operaciones parecen estar ordenadas a ésta como a su fin. Pues para una
perfecta contemplación se requiere la integridad corporal, que es fin de todas
las cosas artificiales necesarias para la vida. Requiérese también el sosiego
de las perturbaciones pasionales, que se alcanza mediante las virtudes morales
y la prudencia; y también el de las perturbaciones externas, que es lo que
persigue en general el régimen de vida social. De modo que, bien atendidas las
cosas, todos los oficios humanos parecen ordenarse a favor de quienes
contemplan la verdad.
No es posible,
sin embargo, que la suprema felicidad humana consista en la contemplación
ordenada a la comprensión de los principios, la cual es imperfectísima en razón
de su máxima universalidad y tiene un conocimiento meramente potencial de las
cosas; además, es principio que nace de nuestra propia naturaleza, y no fin del
estudio humano acerca de la verdad. Tampoco lo es la contemplación
perteneciente a las ciencias cuyos objetos son las cosas inferiores, ya que la
felicidad se ha de dar en la operación del entendimiento, que versa sobre las
cosas más nobles. Resulta, pues, que la suprema felicidad humana consiste en la
contemplación sapiencial de las cosas divinas.
Así, vemos, por
vía de inducción, lo que anteriormente (c. 25) probamos por deducción, o sea,
que la suprema felicidad humana sólo consiste en la contemplación de Dios.
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