Hagamos un alto en el camino para dar una mirada al recorrido que se ha hecho hasta ahora. Empezamos señalando la importancia que tiene hoy comprender lo mejor posible una de las características principales de nuestro tiempo, el escepticismo. En efecto, nuestra época (es decir, los últimos dos siglos, y especialmente los últimos 50 o 60 años), se caracteriza por una atmósfera espiritual en la que se respira el relativismo por todas partes, esa postura de que acerca de los grandes temas, acerca de las grandes preguntas por el sentido de la vida, la moralidad de los actos humanos, la religión, etc., cada uno está autorizado a formarse su propia opinión y sobre ella construir su visión de las cosas. Lo anterior debido a que no existiría una verdad sobre estos temas que deba ser aceptada por todos, en todas partes y en todas las épocas. En pocas palabras, no existiría una verdad universal y absoluta, sino tantas ‘verdades’ como personas. Habría actualmente en el mundo, según esto, alrededor de 7.300.000.000 de ‘verdades’. Y todas y cada una de ellas con exactamente el mismo ‘derecho’. Y todas y cada una de ellas con exactamente la misma validez. Y todo este relativismo procede del escepticismo, que es, como veíamos, aquella postura filosófica acerca del conocimiento (es decir, postura epistemológica) que asegura que lo seres humanos no tienen acceso a una realidad extramental, sino que al momento de conocer solo conocemos nuestras modificaciones subjetivas, nuestras sensaciones, impresiones e ideas. Y nada más. Como consecuencia lógica de afirmar esto se termina por concluir que al no existir acceso a una verdad o a una realidad objetiva y universal, lo racional entonces es que cada uno describa el mundo tal y como lo percibe para sí mismo. Y nadie puede negar que esto es lo que tenemos hoy día, un relativismo radical engendrado por un escepticismo que viene desde tiempos muy antiguos.
Luego de ver la importancia del tema y
su naturaleza, pasamos a ver algunos de sus exponentes históricos, pasando por
Pirrón, Sexto Empírico y Michel de Montaigne; para finalmente llegar a la
figura de René Descartes, padre de la filosofía moderna. Vimos a grandes rasgos
la forma en que Descartes concebía el proceso de conocimiento, un proceso en el
que el contacto de los sentidos con el mundo era mirado con desconfianza, a
causa de la imposibilidad de que la substancia extensa se relacionara con la
substancia pensante, y solo se aceptaba como válido aquél conocimiento que
pasaba por el tribunal de la razón, la cual por medio del análisis de las ideas
claras y distintas determinaba soberanamente sobre lo verdadero y lo falso.
Haciendo esto Descartes creía estar
enfrentando el escepticismo y creía asimismo estar fundando la ciencia sobre
bases sólidas, de tal manera que no pudiera ponerse en duda, para que en
adelante la ciencia moderna que recién comenzaba no corriera la misma suerte de
la ciencia aristotélica, que aunque había reinado durante un tiempo, se había
mostrado finalmente como blanco fácil de múltiples críticas que la habían
condenado a la desaparición. Descartes verdaderamente creía que con su método y
su filosofía estaba poniendo a la ciencia a salvo de toda crítica puesto que
estaba convencido de que su método servía para edificar una ciencia
absolutamente cierta.
No deja entonces de ser paradójico que
con semejantes objetivos en frente, Descartes haya terminado por hacer casi lo
contrario de lo que pretendía. Porque lejos de refutar o rechazar el
escepticismo, terminó por dar argumentos para un escepticismo aún más radical. Descartes
creyó que construyendo la ciencia solo sobre ideas claras y distintas, estaba protegiéndola
de todo escepticismo, pero no comprendió que, por otra parte, estaba encerrando
al sujeto en sí mismo, poniendo lo real en duda y rompiendo el puente que unía
al sujeto cognoscente con la realidad extramental.
Hasta aquí el camino recorrido.
En el siguiente apartado trataremos de
abordar, para tener elementos de comparación y contraste, la epistemología
realista en sus grandes rasgos. Es decir, presentaremos en forma resumida la
postura realista acerca del conocimiento, esperando que ello nos ayude a comprender
más y mejor el giro cartesiano.
Leonardo R.
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