sábado, 23 de mayo de 2015

Santo Cura de Ars, sobre la contrición


Desgraciado de mí, que tanto he pecado en mi vida.
(De Las Confesiones de San Agustín, lib. II, c. 10)

Tal era el lenguaje de San Agustín cuando discurría sobre los años de su vida en los que, con tanto ardor, se había entregado al infame vicio de la impureza. « ¡Ah! ¡Desgraciado de mí, pues tanto he pecado en los días de mi vida!» Y cuantas veces le acudía tal pensamiento, sentía su corazón devorado y desgarrado por el dolor. «¡Oh, Dios mío! –exclamaba-, ¡una vida pasada sin amaros! ¡Oh, Dios mío, cuántos años perdidos! ¡Ah! Señor, ¡ruégoos que os dignéis no acordaros más de mis culpas pasadas!» ¡Ah! lágrimas preciosas, ¡ah! dolores saludables que de un gran pecador hicieron un gran santo. ¡Oh !¡ cuán pronto un corazón quebrantado de dolor recupera la amistad de su Dios! ¡Ah! pluguiese a Dios que, cuantas veces ponemos nuestros pecados ante nuestros ojos, pudiésemos exclamar con tanta pena como San Agustín: ¡Ah! ¡Desgraciado de mí, pues tanto pequé en los años de mi vida! ¡Dios mío, tened misericordia de mí! ¡Oh! ¡Cuán fácilmente correrían nuestras lágrimas, y nuestra vida no parecería la misma! Sí, convengamos todos, con tanto dolor como sinceridad, en que somos unos criminales dignos de atraer toda la cólera de Dios justamente irritado por nuestros pecados, tal vez más numerosos que los cabellos de nuestra cabeza. Más ¡bendigamos para siempre la misericordia de Dios que con sus tesoros nos proporciona tan eficaz recurso contra nuestra desdicha! Sí, por grandes que hayan sido nuestros pecados, por desordenada que haya sido nuestra conducta, tenemos la seguridad de ser perdonados, si, a semejanza del hijo pródigo, nos arrojamos con un corazón contrito a los pies del mejor de todos los padres.


(Tomado de un sermón del santo Cura de Ars)


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