En lo que antecede hemos tratado de caracterizar la
personalidad científica de Santo Tomás. Hemos creído poder explicar su vida de
actividad y trabajo, creadores de tan múltiples facetas, y, al mismo tiempo,
tan personal, dándole unidad en su ardiente entrega a la verdad. ¿No sería, tal
vez, posible en su sistema filosófico indicar un elemento fundamental, acaso un
punto doctrinal, cuyo lógico y consecuente desarrollo pudiera caracterizar este
sistema en su peculiaridad? Con esto hemos planteado una cuestión importante y
al mismo tiempo difícil.
Su importancia es evidente. La característica doctrinal de
un sistema es como si estuviera en relación con su alma. Las características
pueden ser diversas, más profundas y menos profundas, según que nos revelen uno
u otro entre varios caracteres o que nos den una visión de conjunto de varios
de ellos, o, finalmente, que nos manifiesten aquellos, más fundamental y más profundo,
del cual se derivan todos los temas. Una característica del Tomismo en este
último sentido nos manifestaría la esencia de todo el sistema. Pero esto sólo
sería posible si lográramos indicar un principio del sistema tomista que, en
primer lugar, sirviera de base científica a aquella rigurosa distinción entre
teología y filosofía, que dio a la filosofía cristiana su autonomía; rigurosa
distinción sobre la cual Tomás basó, al propio tiempo, la armonía entre la fe y
el saber; en segundo lugar, un principio que en su desarrollo, caracterizara al
tomismo ya en su nacimiento, en el siglo XIII, y lo que distinguiera de las
otras corrientes espirituales que por entonces reinaban, haciendo, no obstante,
justicia a las aportaciones de éstas en favor de la filosofía cristiana; un
principio al cual, en tercer lugar, pudieran reducirse todos los más
importantes puntos doctrinales y elementos metódicos de la filosofía tomista.
Con semejante principio fundamental tendríamos,
efectivamente, una característica profundísima que nos revelaría la índole más
íntima del tomismo y los distinguía entre otras corrientes.
Pero con esto vemos ya claramente la dificultad del
problema. Dificultad que todavía se pone más de relieve si consideramos las
diversas opiniones sobre el carácter del tomismo. Acerca de esto, nuestros
informes son, sin duda, muy incompletos. En muchas obras histórico-filosóficas
no hemos encontrado absolutamente nada que sobrepase la importancia de una mera
indicación.
Es bastante corriente que se acentúe la influencia
aristotélica en las doctrinas del tomismo. Aristóteles, se dice, desempeña el
papel de jefe en el campo filosófico, en lugar de Platón y Agustín. Por eso, a
la tendencia filosófica del aquilate en el siglo XIII se la denomina también,
sencillamente, "aristotélica". Se ha llegado incluso a hablar de
"manía aristotélica" y "delirio aristotélico", pero sin
distinguir con exactitud entre escolástica en general y tomismo.
Los autores más modernos destacan, generalmente, como
característica del tomismo la clara distinción entre la fe y el saber y la
armonía entre ambos. Algunos historiadores más antiguos, especialmente los
opuestos a la escolástica, consideraron aquella armonía como esclavitud de la
filosofía ante la doctrina de la Iglesia.
Varios historiadores, entre los de más mérito, acentuaron,
además del Aristotelismo mismo y de la armonía entre la fe cristiana y el saber,
algunos puntos de doctrina como especialmente fundamentales, por ejemplo: el
concepto de la substancia primera; el principio de causalidad; Grabmann
considera la doctrina del acto y la potencia como el segundo pilar de la
metafísica tomista. Alberto Farges de en la misma doctrina el fundamento y la
base de toda la filosofía aristotélico-tomista. Recientemente, Noele
Maurice-Denis ha llamado la atención principalmente sobre la importancia del
ser potencial en el sistema aristotélico-tomista. Ambos, tienen el mérito, en
parte, de haber aducido pruebas en favor de la fundamental importancia del ser
potencial y actual. Más adelante sacaremos provecho de las conclusiones
obtenidas por ellos.
Mandonnet trató de diferenciar el tomismo del siglo XIII del
Agustinismo de aquella época por medio de un número de tesis determinadas, las
cuales no quiso De Wulf reconocer en su totalidad como exclusivamente tomistas.
Más adelante volveremos sobre esto.
La costumbre de destacar sumariamente las más importantes
conclusiones doctrinales de tomismo en los diversos sectores filosóficos:
cosmología, psicología, ontología, teología natural, ética, etc. se ha generalizado
en los últimos tiempos. Esto es excelente. De esta manera se señala con más
exactitud la orientación espiritual del aquinate. Pero sin una reducción de
todas estas conclusiones doctrinales, numerosas y polifacéticas, a un principio
fundamental, o a unos pocos principios de esta naturaleza, no por explicarse la
unidad de la síntesis en la multiplicidad de las doctrinas, y, por
consiguiente, tampoco puede hablarse de una característica en sentido estricto.
Hace ya casi 300 años que Antonio Reginaldo, O.P., Intentó hacer semejante
reducción. Según él, todo sistema tomista se basa en tres principios fundamentales.
El primero: Ens est transcendens, que fundamenta la analogía del ser y lleva a
la distinción entre el ser potencial y el real –Potentia et Actus-; el segundo:
Deus est actus purus, el cual es demostrable por la vía de la causalidad,
partiendo de las criaturas y de su contingencia; el tercero: Absoluta
specificantur a se, relativa ab alio, del cual se reduce que las actividades y
sus perfecciones habituales se distinguen teleológicamente por sus objetos, y,
por cierto, específicamente.
Nuestra exposición de las características que para el
tomismo se han propuesto más o menos conscientemente, es imperfecta y contiene
lagunas. Y, sin embargo, ¡qué profunda diversidad de opiniones! ¡La unión de
estos contrastes parece aquí excluida de antemano! En apariencia, es así. En
realidad, las divergencias desaparecen frecuentemente con sólo reducirlas a una
síntesis superior y más profunda. Esto es, a nuestro parecer, lo que aquí
sucede. La mayoría de las características expuestas contienen una valiosa parte
de verdad, son caracteres típicos del tomismo, aunque aislados; pero son
caracteres meramente secundarios, derivados, que, examinados con profundidad
científica, se reducen a un principio
único: a la doctrina del acto y la potencia. Tomás recibió esta doctrina de
Aristóteles, y esto caracteriza ya su aristotelismo, que siempre le ha sido
atribuido, aunque, como antes se ha dicho, también sacó de Platón, de Plotino,
de Agustín y de otras fuentes, innumerables puntos doctrinales de su concepción
filosófica del mundo. Pero tenemos que precisar aún nuestra tesis con mucha más
exactitud.
Tomás no fue en la edad media y, sobre todo, en el siglo
XIII, el único que hizo suya la teoría del acto y la potencia. También en los
demás escolásticos, especialmente en los grandes, desempeña la teoría aristotélica
del ser real-posible y real-efectivo un papel muy importante. Pero lo que, a
nuestro juicio, es propio y, por eso, peculiar de Tomás, es el desarrollo y
total desenvolvimiento de la distinción entre acto y potencia, llevados a cabo
en su sistema con una lógica absoluta. En ese sentido, la doctrina aristotélica
del acto y la potencia llegó a ser en Tomás el auténtico principio de
incorporación de los diversos elementos que de diversas fuentes recibió para su
síntesis; llegó a ser el fundamento científico de la solución entre la fe y el
saber y la característica distintiva del tomismo frente a las restantes
corrientes del siglo XIII; llegó a ser el pensamiento central de todos los
puntos de doctrina filosófica que más importancia tienen en su sistema y de los
elementos metódicos de éste.
EN EL
DESARROLLO Y PERFECCIONAMIENTO, RIGUROSAMENTE LÓGICOS Y CONSECUENTES, DE LA
DOCTRINA ARISTOTÉLICA DEL ACTO Y LA POTENCIA VEMOS NOSOTROS LA MÁS ÍNTIMA
ESENCIA Y EL PUNTO CENTRAL DEL TOMISMO.
(Tomado del libro "La esencia del tomismo", de Manser)
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1 comentario:
Rodolfo:
Hace tiempo que no veía tantas estupideces juntas en tan poco espacio. Felicitaciones, lograste en un sólo parrafo condensar el caos de tu cabeza y las alucinaciones de tu imaginación.
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