La razón social contra la razón de Estado
La investigación precedente nos
habilita para plantear algunas reflexiones y consideraciones sobre lo que he
querido nombrar como el Nuevo Orden Mundial hacia el cual avanzamos
aceleradamente. La vieja tesis de Maquiavelo, en la que toda acción contra el
hombre o la sociedad eran posibles “por razones de Estado”, ha abierto franco paso
a la “razón social” para justificar las mismas acciones patrocinadas por unas
minorías social y políticamente activas que lentamente van socavando el acervo
cultural de nuestros países. Es un humanismo de nuevo cuño agazapado en los
entresijos del poder cuya génesis intelectual proviene de un pretérito
socialismo económicamente derrotado, y científicamente desvirtuado, que hunde
sus raíces en el adormecimiento paulatino que experimenta el mundo occidental y
se nutre, como los parásitos de la biología, de los desechos culturales hoy
reputados inservibles.
Un sinnúmero de Organizaciones no
Gubernamentales se constituyen en grupos de presión en busca de legislación que
favorezca todo tipo de ideas llamadas de “avanzada”, particularmente aquellas
que tienen que ver con el reclamo de “derechos humanos” bajo cuya sombra se
ampara su violación por parte de los grupos radicales que también a través de
la violencia buscan los cambios sociales. Tal ha sido la experiencia en un
país, como por ejemplo Colombia, azotado por las más aberrantes formas de
violencia narco-comunista hasta el punto que han logrado casi paralizar la
acción del Estado contra esos grupos. También la de la sociedad, que asiste
atónita al espectáculo de la proclama de tales derechos para grupos de
asesinos, torturadores y secuestradores a tiempo que guardan silencio cuando
esos mismos derechos les son violados a sus víctimas.
Poderosas organizaciones
internacionales, como Human Rights Watch, o Amnesty International encuentran
eco en Washington y Bruselas en sus desaforadas acusaciones contra un Estado
que agoniza en medio de la más enconada y desigual lucha por imponer el orden.
Exhiben al mundo las supuestas violaciones del Estado colombiano a tan feroces
y despiadados criminales mientras callan cuando esos mismos criminales, a viva fuerza,
enlistan y entrenan niños para el combate; cuando los arrancan del seno materno
para pedir por su rescate; cuando mantienen en cautiverio a miles de ciudadanos
y en campos de concentración a cientos de soldados y policías; cuando cobran
por entregar los cuerpos de sus víctimas; cuando expiden paz y salvos a los
que, bajo amenaza, han contribuido a su causa. Entretanto, en Europa, concretamente
en Alemania y Suecia, exhiben tales organizaciones criminales, como el ELN,
sendas emisoras desde donde transmiten su propaganda “pro-liberalización” del
pueblo, mientras Suiza se niega a clasificar a las FARC y al ELN como
organizaciones terroristas porque, muy posiblemente, sus gordas cuentas del
crimen están depositadas en los bancos desde donde financian sus embajadas
volantes para cabildear ante el Parlamento Europeo sus protervos fines.
Colombia ha sido tomada como el
laboratorio donde se pone a prueba la capacidad internacional de creer las
mentiras de una izquierda que hace de la combinación de las distintas formas de
lucha su bandera; pero también donde se prueba la capacidad de resistencia de
una sociedad que todavía lucha por mantener unos lineamientos ideológicos y
creencias ancestrales que han venido desapareciendo en el resto del mundo. Es muy
curioso que mientras el juez Garzón perseguía la extradición de Pinochet a
España para procesarlo por delitos cometidos contra nacionales españoles
involucrados en conspiraciones izquierdistas en Chile, ese mismo juez no haya
alzado su mano justiciera para procesar por los mismos delitos a los cabecillas
de las FARC, acusados de asesinar españoles, norteamericanos y europeos cuando
vinieron varias veces a España a finales de los 90 a negociar con el gobierno
de Pastrana un eventual cese de hostilidades. El laboratorio colombiano está
funcionando bien.
Menos aparente, pero en otro
sentido no menos pernicioso, resulta ser el larvado “retorno a la naturaleza”
de los ecologistas y los llamados movimientos verdes que bajo la falsa
pretensión de guardar la armonía con ella, sacrifican y entraban las
posibilidades del desarrollo. Es el regreso al estado primitivo de carácter
tribal que parece desconocer que, una vez comparada la civilización con la
tribu, el hombre opta por la primera en su afán de disminuir su enfermedad y
penuria. Tales partidos verdes pretenden poner al hombre al servicio de la
naturaleza y, en los países subdesarrollados, negarle toda posibilidad de
progreso socapa de defender intereses ecológicos y preservar la naturaleza de los
intentos depredadores de los capitalistas. Han abierto paso al concepto de la
“razón social” para imponer sus tesis y hacerlas prevalecer sobre toda otra
consideración; es la lucha de la razón social contra la razón de Estado.
Es cierto que existe mucha
destrucción de bosques y fauna por inescrupulosos empresarios, pero no lo es
menos que muchos proyectos de desarrollo que llevan bienestar a innumerables
comunidades marginadas se ven innecesariamente retrasados, o simplemente
abolidos, por estos grupos de presión que rechazan la idea de que la naturaleza
es la que debe estar al servicio del hombre. Sobre todo cuando se piensa que
muchos de los países desarrollados se dieron en el pasado la oportunidad del
desarrollo mediante la apertura de nuevas fronteras y grandes obras que
domeñaron la naturaleza y que posteriormente sirvieron para conservarla. No es
retórica afirmar que la preservación de los intereses del propio sistema
capitalista ha hecho cobrar conciencia de la necesidad de conservar, mientras
que las grandes depredaciones se realizan, en mayor escala proporcional, en
aquellos países donde el ingreso per capita es bastante reducido.
Es un hecho comprobado que fueron
más los bosques que se talaron y mayores los daños ecológicos que se causaron durante
la era comunista de los países del este europeo que los causados en los países
de la era postindustrial o de capitalismo maduro. Contra la economía, en
general, también se dirigen los más enconados enemigos del Estado de Derecho
individual y no coercitivo. El “capitalismo con rostro humano” no es más que
una excusa para que haga tránsito el Estado empresario y se abra paso la “concertación”
o “pacto social” por negociación, acuerdo o imposición. Todos estos conceptos,
y otros, como la llamada “vivienda de interés social” (como si toda vivienda no
lo tuviera), o la definición constitucional en España, o en Colombia, de que
“la propiedad tiene una función social”, coadyuvan en lograr implantar en la
mente de las personas un lenguaje envenenado que claramente persuade que, por ejemplo,
la vivienda de una persona pudiente es “antisocial”, o que el capital que sólo
produzca beneficios para sus dueños no produce beneficios para los demás.
Tales son las nuevas formas
capitalistas que proclaman el Estado sobre el individuo, ya no tanto bajo el
maquiavélico concepto de la razón de Estado, sino bajo la égida de la
antilibertaria razón social, concepto que ha venido prevaleciendo sobre el
anterior.
Es, en cierta forma, el regreso
de Maquiavelo a Platón que hace el péndulo de la civilización. Y no debe
cabernos la menor duda: el socialismo económico podrá haberse acabado, pero no
así el socialismo cultural que pretende infiltrarse por las rendijas de la sensibilidad,
la sociología, la religión y la escuela para animarnos a todos a una
colectivización de la moral, las costumbres y las instituciones y, lo que es
peor, a una esterilización de las creencias y al decaimiento de la voluntad.
(tomado de : "LOS INSTRUMENTOS DEL NUEVO ORDEN MUNDIAL:
EL DERECHO, LA ECONOMÍA, LA CIENCIA, EL LENGUAJE Y LA RELIGIÓN EN LA SOCIEDAD DEL SIGLO XXI" , Pablo Victoria Wilches )
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