Supongamos que la vida se forma instantáneamente. El agua, elemento esencial para la vida, es perjudicial para la síntesis de compuestos simples hasta formar complejos. Y la síntesis que nos interesa es la de los aminoácidos formando proteínas. Es decir, las proteínas se forman juntando aminoácidos en un orden determinado; pero cuando los aminoácidos se juntan, forman una molécula de agua; el agua, por su parte, impide que haya una condensación, luego hay que quitar el agua que se forma tan rápidamente como lo hace, porque, de lo contrario, el agua disociaría cualquier proteína que se quisiese formar.
El problema es, entonces, que para que la evolución funcione, hay que tener un caldo primitivo sin agua, porque con agua no ocurren las condensaciones necesarias para que se formen seres vivos. ¡Pero un caldo primitivo sin agua no es posible!
No obstante, concedamos a los evolucionistas que las reacciones de condensación poco importan e ignoremos las leyes de la química. Todos sabemos, a partir del modelo pionero de Watson-Crick, que los aminoácidos que conforman las proteínas constan de un cierto número de “letras”, que son clave en el proceso de la reproducción del ADN (Ácido DesoxirriboNucleico).
Justamente antes de la división celular, todo el juego de genes presentes en una célula se duplica de manera precisa, lo cual requiere la manufactura de un nuevo ADN.
Imaginémonos una cremallera que forma una hélice alrededor de su línea de cierre. El ADN se reproduce a sí mismo abriendo la cremallera, por lo que cada mitad busca su complemento de bases compuestas de azúcar y fosfato desde el núcleo de la célula. La secuencia de las cuatro bases a lo largo de la cremallera no es aleatoria. Operando por medio de dos moléculas auxiliares conocidas como ARN mensajero y ARN de transferencia el código se transmite en grupos de tres bases cada uno, que escogen un aminoácido y lo juntan a otro. El proceso se repite una y otra vez para formar las proteínas requeridas(el código genético se terminaría de descifrar en el año 2003). No describiremos el complejo proceso de reproducción celular porque esto estaría más allá del alcance de este escrito.
Nos limitaremos a decir que la sucesión de aminoácidos en cualquier proteína está rígidamente predeterminada, y así como un error de ortografía podría alterar el significado de una palabra o de una frase, un error en la secuencia alfabética de las letras alteraría la naturaleza de la proteína hasta destruirla. Por ejemplo, entre los veinte aminoácidos que componen las proteínas hay solamente uno que, como la letra «O», puede ponerse de cualquier manera que sigue siendo «O» (la glicina); los otros, como la letra «E», importan si los ponemos al revés o patas arriba; es decir, ocurre un error de “ortografía”. Los primeros se clasifican como aminoácidos D y los segundos como L.
Los experimentos indican que si se deja sola una solución pura de aminoácidos ésta se raceniza espontáneamente; es decir, la mitad se transforma de L a D y el resultado final es siempre la proporción de un 50% L y 50% D.
Ahora bien, el primer problema que esto plantea es que los seres vivos están hechos de un 100% de aminoácidos L, lo cual significa que los seres vivos son más que una colección de aminoácidos, pues en ellos no ocurre esta racenización espontánea.
El segundo problema reviste características formidables. Los químicos y biólogos saben que los grupos L no tienen ningún privilegio especial respecto de los D, luego la probabilidad de eslabonar cualquier número de aminoácidos L al mismo tiempo, excluyendo los D, es la misma que tirar una moneda al aire el mismo número de veces y obtener sólo cara o sólo cruz. Si esto fuera posible sería el más portentoso milagro imaginable.
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