viernes, 2 de diciembre de 2011

¿Son las mutaciones bases creíbles para la evolución?



En un interesante intercambio epistolar  con un admirador suyo el jesuita Teilhard de Chardin explicaba que el mundo orgánico ha de ser considerado históricamente como el desarrollo de un organismo gigantesco que se origina sin solución de continuidad a partir del sustrato inorgánico.

Los neodarwinistas han afirmado lo mismo, es decir, que el mundo orgánico se ha desarrollado por acumulación de mutaciones diminutas, pero favorables, debido a la selección natural.




Uno de los procesos más socorridos por los científicos es explicar la evolución por los cambios accidentales producidos por las mutaciones genéticas. Es decir, las mutaciones son la base de la evolución, según afirman los libros más especializados sobre el tema y los más reputados científicos desde Robert Jastrow hasta Carl Sagan. Por lo general, se acepta que las mutaciones obedecen a cambios pequeños que se van acumulando a lo largo del tiempo. Sin embargo, el mismo Carl Sagan admite que la mayoría de las mutaciones son dañinas y letales.

Esta es la razón por la cual se sabe que las mutaciones son responsables de cientos de enfermedades transmitidas genéticamente y los experimentos lo comprueban cuando se colocan en plena competencia insectos mutantes con insectos normales, porque el resultado ha sido invariablemente el mismo:

“Después de un número de generaciones, los mutantes son eliminados”, Según nos dice G. Ledyard Stebbins. Es decir, los mutantes no podían competir y terminaban degenerándose. Para darnos una idea de lo que son las mutaciones, imaginémonos que quisiéramos construir una casa y se la diéramos a unos trabajadores sin ninguna experiencia que por cada tramo bueno de trabajo que hicieran, cientos de otros les quedaran defectuosos.

¿Podría mantenerse la casa en pie durante largo tiempo? Lo mismo ocurre con tales insectos experimentales. Pero hay algo más: las mutaciones sólo resultan en una variación de un determinado gene que ya está allí,  pero no en la creación de algo nuevo. Por ejemplo, una planta que crezca en un área  seca, puede desarrollar raíces más largas y profundas para poderse adaptar al ambiente, pero esa planta ni es nueva ni evoluciona en otra especie desconocida. Es decir, el pelo siempre será pelo, y no hay evidencia de que se mute en plumas; una mano puede tener seis dedos, producto de una mutación, pero siempre será una mano y como tal será reconocida. Jamás se ha visto que una mutación convierta una pezuña en una mano.

Uno de los más interesantes experimentos que se hicieron en este sentido fue con la mosca Drosophila melanogaster; millones de ellas han sido expuestas a los rayos X hasta hacerlas mutar. Después de decenas de años de continuados experimentos se encontró que “los mutantes de la Drosophila… son, sin excepción alguna, inferiores a las variedades libres en viabilidad, fertilidad y longevidad”.

Luego, cuando las mutantes se aparejaron entre ellas, ¡se encontró que después de varias generaciones comenzaron a aparecer moscas normales! Este hallazgo nos indica que si las moscas mutantes se dejan en ese estado eventualmente producen insectos normales que son sobrevivientes de las debilitadas mutantes, preservando así la especie como originalmente existía. Es decir, el ADN tiene una inmensa habilidad para reparar el daño causado. Como C. H. Waddington mejor lo decía, “esta es una teoría [la de las mutaciones] que dice que si uno empieza con catorce líneas de inglés coherente y va cambiando letra por letra, manteniendo sólo aquellas frases que todavía hagan sentido, eventualmente uno termina componiendo un soneto de Shakespeare… esto me resulta una suerte de lógica de lunáticos…”

Entonces, así como una casa hecha con defectos no puede convertirse en un palacio, ni miles de accidentes automovilísticos pueden producir un nuevo modelo de automóvil que funcione perfectamente, vemos como poco probable que unos cambios genéticos accidentales pueden hacer que una forma de vida se convierta en otra.


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