Es un error considerar que los
fundamentos de la filosofía cristiana son un estoicismo bautizado o un
platonismo que niega al cuerpo. Como bien demuestra Tomás de Aquino, la moral cristiana no condena las emociones
o las pasiones como males, ni considera que una acción sea más humana mientras
más alejada está de ellas. Lo que se pide no es la eliminación de las
pasiones, sino su humanización no sólo como respuestas del cuerpo, sino como
respuestas del cuerpo del hombre. Por
ello una acción realizada con una pasión asumida por el hombre, es decir,
ordenada por el entendimiento y la voluntad, es más perfecta que una acción
que destruya las tendencias de la corporalidad humana.
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Es muy común escuchar a la gente decir que en el cristianismo hay una condena de las pasiones humanas, es decir, una condena del mundo de las emociones y de los sentimientos (por ahora usaremos estas palabras como sinónimos, aunque pueden referirse a distintas realidades).
Se suele decir entonces que la vida cristiana consiste en una lucha antinatural del hombre contra sí mismo. Esto es en parte cierto y en parte falso.
En parte cierto: es verdad que el cristianismo propone al hombre la necesidad de una educación de su vida emocional o pasional; pero lo que propone es eso, una educación, no una negación, ni una represión.
Para la antropología tomista, el hombre cuenta con diversas facultades que lo distinguen de los animales y lo hacen en muchos aspectos superior a ellos. La inteligencia es una de esas facultades, y es la facultad llamada a dirigir, desde arriba, toda la conducta humana. De tal manera que el hombre debe organizar su conducta de tal forma que las potencias inferiores estén ordenadas a las superiores.
Cuando este orden debido se rompe es cuando comienzan la mayoría de los problemas humanos, y los consultorios de los psicólogos están llenos de personas cuyos problemas son, de una forma u otra, consecuencia de esa falta de dominio de lo racional sobre lo pasional.
En parte falso: es falso afirmar, como lo hacen muchos psicólogos actualmente (sobre todo si han recibido alguna influencia del psicoanálisis), que en el cristianismo hay represión de los apetitos humanos.
Según este punto de vista, la sociedad debe liberarse de estas represiones y sencillamente consagrar como del todo NORMALES las más aberrantes desviaciones de la conducta humana, con el argumento de que su condena es solo costumbre debida a tantos siglos de dominio cristiano.
Quienes así opinan son expertos en pintar con los más vivos colores la supuesta represión histórica de la vida emocional o pasional, por parte del cristianismo. Escogen con cuidado hechos históricos o pasajes de las vidas de los santos para ejemplificar la supuesta represión de las emociones.
Sin embargo, cuando uno se acerca a los más puros exponentes de la teología, la filosofía y la moral católica, como santo Tomás de Aquino, por ejemplo, lo que ve es todo lo contrario de lo que estas personas afirman. Se comprende que jamás ha existido tal llamado a reprimir la vida emocional, sino a encauzarla para hacerla servir mejor a la persona entera.
Porque de la misma manera en que el agua furiosa de un río desbordado no puede hacer sino daño a su paso; las aguas de un río encauzado por sus límites naturales, pueden servir para proveer de riego a los campos y a las cosechas.
¡Educación de las emociones, no represión!
(El texto inicial está tomado del artículo "Naturaleza, hábito y educación de las pasiones", de Francisco Rodríguez Valls)
Leonardo R.
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