Los
principios físicos son formulaciones universales que expresan ciertas
propiedades de las cosas sensibles, conocidas en el nivel de abstracción físico,
y en la ciencia moderna también en la abstracción físico-matemática. Por
consiguiente, los principios físicos no pueden limitarse a enunciar naturalezas
ideales, sólo no-contradictorias, sino que han de contener siempre alguna
referencia empírica, y para ser verdaderos deben verificarse sensiblemente. Los
principios físicos suelen denominarse leyes.
Leyes
físicas. En sentido estricto, leyes son los principios normativos que regulan
las acciones humanas en función del fin, que existen tanto en el promulgador de
la ley, como en los que se someten a ella; ley natural (o ley natural-moral) es
la inclinación de la naturaleza humana a conocer y cumplir los principios de su
obrar en orden a su fin último: es una inclinación puesta por el Creador, en
quien existe la ley de modo originario (ley eterna) (cfr. S. Th, I-II, qq. 90,
91, 93 y 94).
Por
extensión, se suele hablar de leyes naturales físicas, que son a modo de reglas
según las cuales los cuerpos naturales actúan siempre del mismo modo (por
ejemplo, leyes por las que los planetas describen sus órbitas, el fuego quema,
los vivientes crecen). Propiamente las leyes físicas son la inclinación activa
de las cosas materiales a actuar de un modo determinado, que se sigue de su
naturaleza. La ley en este sentido se identifica con la potencia activa por la
que un ente material es causa constante y unívoca de determinados efectos.
En
las ciencias naturales, la ley física es un enunciado universal que significa
una propiedad, un modo de actuar uniforme y regular de los fenómenos o cosas
sensibles (es pues sinónimo de principio físico, tal como lo hemos definido
arriba): por ejemplo, la ley de la gravitación universal, o de la conservación
de la energía. A veces las leyes se denominan por sus descubridores (leyes de
Newton, Kepler, Mendel, etc.). Como pieza lógica de la ciencia, la ley de la
física tiene su correlato real en la ley entendida como inclinación activa a
obrar en cierto sentido, o al menos como el mismo comportamiento uniforme de los
fenómenos de la naturaleza.
Las
leyes físicas normalmente se expresan en ecuaciones matemáticas, en cuanto
miden ciertas relaciones cuantitativas de la actividad corpórea (así ocurre con
la ley de la gravedad, la ley de las proporciones múltiples de Dalton, etc.). A
veces pueden ser aproximadas, si el hombre mide con imprecisión los aspectos
cuantitativos; o estadísticas y por tanto probables, cuando se refieren a
fenómenos variables (por ejemplo, leyes de la herencia biológica, o sobre enfermedades).
Las
leyes físicas suelen tener un carácter abstracto o esquemático, pues dejan de
lado otros aspectos de las cosas reales que, al influir realmente en los
fenómenos, hacen que la realidad no se comporte exactamente igual al enunciado
de la ley, sino sólo de un modo aproximado. En este sentido, las leyes físicas
muchas veces contienen cierta carga de idealización: la física las formula
escogiendo determinados aspectos, no teniendo en cuenta por convención otros
detalles, imaginando cómo actuarían los cuerpos si no existieran más variables
que las consideradas por la ley.
Por
ejemplo, la ley de la inercia se expresa imaginando que un cuerpo se desplaza
en el espacio sin estar sometido a influjos externos, cuando en realidad
siempre es influido exteriormente: esto no implica falsedad, ni pura creación
de la mente, pues por abstracción se puede considerar sólo una propiedad de los
cuerpos (en este caso, la tendencia observada a mantenerse en el estado de
movimiento o reposo adquiridos). Naturalmente, la imagen que se da del mundo es
parcial, y esto es muy propio de las ciencias particulares.
En
la misma línea, las ciencias físicas en sus explicaciones acuden con frecuencia
a modelos, que vienen a ser representaciones esquemáticas o simplificadas de
realidades complejas (por ejemplo, el modelo de átomo de Thompson, Rutherford,
Bohr). Así nociones como las de gas perfecto, cuerpo rígido, punto material,
etc., son a modo de idealizaciones de la realidad. Ya hacía notar Santo Tomás,
refiriéndose a la geometría y a la astronomía: «las líneas sensibles no son
tales como las afirma el geómetra (...) pues el círculo toca la línea recta
sólo en un punto, como dice Euclides, y esto no parece verdad del círculo y las
líneas sensibles (...). De modo semejante los movimientos y órbitas celestes no
son tales como el astrónomo los afirma (...). Ni las cantidades de los cuerpos
celestes son como las describen, pues usan los astros como puntos, aunque en
realidad son cuerpos con magnitud» (In III Metaph., lect. 7). Más adelante
resuelve estas cuestiones acudiendo a la abstracción: no se trata de pensar que
las cosas sean realmente de ese modo, sino que se consideran así en el plano de
la abstracción.
Los
modelos a veces pueden contar con la imaginación visual, como sucedía
normalmente en la física clásica, que tendía a expresar las leyes en términos
mecánicos; en otros casos se trata sólo de modelos matemáticos, no
visualizables, no intuitivos mecánicamente, pero que siempre tienen una
referencia a datos sensibles. Es la tendencia característica de la física
contemporánea.
Esto
no significa que la ciencia sólo conozca modelos, y no realidades. Por medio
del modelo se captan parcialmente aspectos reales de las cosas. Por eso
los modelos se van perfeccionando, a medida que la experiencia es más
honda y precisa.
Verdad
e hipótesis. Los principios de la física, la química, las ciencias biológicas,
muchas veces son verdades ciertas, suficientemente corroboradas por la
experimentación, aun cuando se mueven -como hemos dicho- en el ámbito de la inducción
empírica. Así, la composición molecular y atómica de los cuerpos, las
propiedades físico-químicas de los elementos, la estructura del sistema solar,
son conocidas con certeza por la ciencia moderna, aunque en tiempos pasados
estos conocimientos fueran hipotéticos. Principios como la gravitación, la
inercia, la conservación de la energía, etc., hoy son conocimientos seguros.
Evidentemente, estos principios en el futuro quizá podrán formularse mejor,
desde una perspectiva más alta, teniendo en cuenta más variables, explicando
ciertas posibles excepciones, etc.
Por
otro lado, las ciencias naturales trabajan también con hipótesis, enunciados
universales o particulares cuya verdad no consta, pero que explican
suficientemente una serie de hechos. Eran conocidas por los antiguos: «para
explicar algo se pueden aducir dos tipos de razones; unas prueban una tesis
suficientemente (...). Otras no lo hacen, sino que se limitan a mostrar la
congruencia de una serie de efectos; así, en la astronomía, se acude a los excéntricos
y epiciclos, de modo que a partir de esta hipótesis se salvan las apariencias
de los movimientos celestes; pero esta tesis no está suficientemente probada,
pues esos fenómenos quizá podrían explicarse con otra hipótesis (S. Th., I,
q.32, a.l, ad 2). Este tipo de razonamiento se llama método hipotético
deductivo.
Tal
método opera en dos fases:
- se indica una probable causa de los hechos
observados (demostración quia imperfecta), mostrando que ella al menos puede
producirlos;
- se deducen de esa hipótesis determinados
efectos, que ninguna hipótesis conocida hasta ahora puede explicar
adecuadamente.
Estas
hipótesis, en las ciencias experimentales, se plantean siempre en el nivel
físico o físico-matemático del conocimiento. La física no asciende a
explicaciones metafísicas, donde se alcanza la naturaleza de las cosas y la
causalidad de Dios.
Algunos
criterios para la formulación de hipótesis válidas son:
Coherencia con otros
sectores de la ciencia. En este sentido, una hipótesis es
reforzada si, además de ser verificada, se deduce de principios teóricos más
altos. Si una hipótesis entra en contradicción con otros principios, o debe
desecharse, o habrá que revisar la teoría.
Verificación empírica
suficiente, en ámbitos heterogéneos, con ausencia de contrastaciones
experimentales. Verificar es comprobar la verdad de un
enunciado acudiendo a los datos adecuados para ello, que en materias físicas
son los datos de la experiencia sensible externa. El principio de verificación
físico-matemático sólo vale para las ciencias experimentales; las demás
ciencias cuentan con criterios de verdad más altos. Verificar, por otra parte,
no es sólo acudir a los sentidos, pues supone también «leer» en los datos un
aspecto inteligible, que se conoce conceptualmente.
Fecundidad, o capacidad de
explicar nuevos fenómenos, que otras hipótesis no explican.
Una hipótesis más fecunda no siempre implica que la más pobre sea falsa, quizá
porque la primera tiene en cuenta datos que la segunda dejaba de lado. Aún en
estos casos, la admisión de una nueva hipótesis no supone una mera acumulación
de conocimientos, pues con frecuencia es necesario reorganizar de nuevo la
materia. Este es el sentido de las «revoluciones científicas».
Simplicidad, en el sentido
de que pocas causas sean capaces de explicar grupos de fenómenos de diversa
índole. El criterio de simplicidad no es mera economía de
pensamiento, sino que procede de la experiencia: cuando una explicación
comienza a presentar excepciones curiosas o hipótesis ad hoc para los nuevos
fenómenos que se van descubriendo, es decir, cuando se complica demasiado, la
experiencia enseña que probablemente es falsa. La simplicidad es una señal
-aunque no inequívoca- de la verdad. En buena parte, la simplicidad es
universalidad explicativa: por ejemplo, la ley de la gravitación es simple
porque explica muy diversos fenómenos particulares de la mecánica terrestre y
celeste.
En
las hipótesis se contienen a veces aspectos convencionales, esquemáticos,
especialmente cuando entran en juego relaciones matemáticas, pero nunca son
como los postulados matemáticos, al margen de la realidad. Puede suceder que
alguien utilice las hipótesis sólo pragmáticamente, desinteresándose si son
reales o no, pero el verdadero científico las emplea con intención realista, viéndolas
como una conjetura, un conocer probable o posible, que tiende a la certeza.
No
es extraño que en la ciencia de nuestro siglo exista un gran caudal de
conocimientos hipotéticos, no definitivamente probados, debido a que todavía no
ha pasado demasiado tiempo para una plena confirmación. Además, no es inconcebible
que el hombre, al llegar a ciertos límites del conocimiento del universo, no
pueda más que razonar aventurando hipótesis que difícilmente podrán comprobarse
del todo.
Las
hipótesis son principios fecundos del conocer científico. Sin duda implican una
debilidad del conocimiento humano, sujeto a error y tantas veces incierto. Pero
las hipótesis orientan las investigaciones, y no raramente conducen al
descubrimiento de verdades parciales, a veces incluso en el caso de que fueran
falsas. La hipótesis geocéntrica, siendo errónea, promovió el desarrollo de la
astronomía antigua; más tarde, la teoría copernicana obligó a explicar de otro
modo muchas observaciones y predicciones exactas hechas por los astrónomos
antiguos.
Teorías
científicas. Las ciencias físicas son inductivo-deductivas, pues ascienden
desde la experiencia hasta principios universales, y luego pueden organizarse
deductivamente, como en un sistema axiomático que sigue las reglas de la
lógica. Los principios (leyes, hipótesis) son axiomas de los que se deducen los
hechos conocidos, y que permiten predecir fenómenos futuros (por ejemplo,
conociendo las leyes planetarias, se prevén los sitios por donde pasará un
planeta). La serie de proposiciones encadenadas deductivamente se llama teoría.
Teoría
es el conjunto organizado de conocimientos científicos, a partir de ciertos
presupuestos iniciales (por ejemplo la relatividad, la teoría cuántica, la
teoría atómica, etc.). Algunas ciencias, como la geografía o la historia, son
más bien descriptivas, y no se configuran de este modo: su objetivo es dar a
conocer datos y hechos concretos, situarlos espacio-temporalmente, con cierto
orden. Pero estas ciencias, que podríamos llamar descriptivo-concretas,
dependen de otras que examinan en abstracto las causas y principios de esos
hechos: son las ciencias abstractas y explicativas. En su génesis histórica,
estas últimas suelen comenzar por una fase empírica, en la que se van
recogiendo datos y se formulan por inducción leyes más bien restringidas; poco
a poco, a medida que la investigación avanza, se proponen explicaciones más
altas, y se va formando la teoría científica. A veces la teoría puede
presentarse en una forma más o menos axiomatizada (por ejemplo la mecánica de
Newton); en otros casos no es posible o no hace falta (por ejemplo, la
biología), aunque de todos modos las experiencias siempre son guiadas por
principios superiores.
En
el cuerpo ordenado de una ciencia pueden distinguirse diversos niveles:
1) hechos singulares reconocidos y expresados
en las proposiciones básicas. Los hechos singulares contemplados por las
ciencias no son puras sensaciones -como ya hemos dicho- sino que presuponen una
intelección, a veces propia del conocer ordinario, y otras veces inherente a la
misma interpretación científica (por ejemplo, datos sobre la masa, el peso
específico, la temperatura). Si la teoría cambia, también cambia la intelección
del hecho, aunque permanece su base sensible;
2) leyes que explican grupos de hechos (por
ejemplo, la ley de Boyle-Mariotte);
3) principios superiores que explican diversas
leyes, y de los que depende toda la teoría. Así, la teoría de la gravitación de
Newton simplifica y recoge las leyes de Copérnico, Kepler y Galileo, y a su vez
es recogida por la teoría de la relatividad de Einstein.
Naturalmente
caben niveles intermedios. La ciencia se va desarrollando, ampliando, en un
pasar continuo de unos niveles a otros: las leyes permiten inferir nuevos
hechos, que al conocerse ayudan a mejorar la formulación de las leyes, o a
inducir otras ulteriores; los principios dan pie para prever leyes más
particulares, que luego se comprueban. La llegada de nuevos datos, positivos o
negativos, sirve para reajustar constantemente las teorías.
En
la práctica, las ciencias no se adecúan rigurosamente a este orden. Existen
teorías muy universales (por ejemplo, la relatividad), y otras más restringidas
(la teoría cinética de los gases). Además, no existe una sola teoría física,
sino múltiples, para distintos campos de estudios, aunque a veces unas se
superponen a otras, y pueden llegar a unificarse, o incluirse una en otra (así
la mecánica clásica es como un caso-límite de la mecánica cuántica). Existen
también teorías rivales (en otros tiempos, las teorías corpuscular y
ondulatoria de la luz), y naturalmente, algunas teorías han sido eliminadas por
la prueba de la experiencia (como las teorías del éter).
Aceptabilidad
de las teorías. Una teoría científica puede ser desautorizada por pruebas
decisivas contrarias, como sucedió con la teoría astronómica de Ptolomeo; pero
al descubrirse la falsedad de los principios supremos en que se apoyaba, no por
eso se destruyen todos los elementos de la teoría: los más cercanos a la
experiencia se mantienen, aunque han de ser explicados de otro modo. En la
historia de la física moderna más bien se observa que las teorías antiguas no
se destruyen, sino que se purifican e incorporan a las nuevas teorías: la
mecánica de Newton no ha sido «falseada» por la teoría de la relatividad y la
teoría cuántica, ya que sigue siendo válida a cierto nivel.
Las
teorías no son necesariamente hipotéticas; algunas son verdaderas, cuando
consta la verdad de sus principios, aunque tengamos de ellas, en este terreno,
una certeza física y no metafísica. Así, la teoría atómica en el siglo pasado
era hipotética, y ya no lo es en este siglo. No se opone esto a la revisabilidad
de las teorías, que en el caso de ser ciertas, no por eso son construcciones
cerradas o plenamente acabadas: son una réplica parcial de la realidad, y por
eso no sólo son mejorables, sino que con el tiempo podrán ser sustituidas por
teorías mejores, más perfectas, más útiles, sin perjuicio de la verdad.
Algunas
teorías son hipotéticas, y no sabemos si lo serán siempre, como decíamos al
referirnos a las hipótesis. Por ejemplo, la tesis de la dualidad
onda-corpúsculo de la teoría cuántica por ahora parece más bien un postulado
que una certeza; algo semejante cabe decir de las teorías sobre la formación
del universo.
(Tomado de "lógica", de J.J Sanguineti)
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