En un raciocinio se distingue su
materia y su forma. La materia del razonamiento son las proposiciones que lo
constituyen: la forma es, en cambio, el vínculo que une a las premisas con la
conclusión. Ya hemos visto cómo un discurso formalmente correcto puede estar
viciado si parte de premisas falsas: se trata de un defecto por su materia.
Puede suceder, por el contrario, que un raciocinio con premisas verdaderas
contenga una deficiencia de forma, una incoherencia debida al hecho de que no
se ha captado bien el enlace entre el antecedente y la proposición que se
concluye. Por ejemplo, «el universo es eterno, lo eterno no tiene causa, luego
el universo no tiene causa» es un razonamiento falso en razón de la materia (es
decir, se basa en premisas falsas); pero «el hombre es animal, el asno es
animal, luego el hombre es un asno» es erróneo en virtud de su forma, esto es,
no concluye, aunque las premisas sean verdaderas.
Consideraremos ahora la estructura
formal de las construcciones silogísticas, comenzando con el silogismo simple o
categórico, que es el que consta de premisas con proposiciones simples.
Naturaleza del silogismo categórico. Desde el punto de vista de los
conceptos que se están comparando, el silogismo simple se define como un
proceso lógico en el que, de un antecedente que relaciona dos términos con un
tercero, se deduce necesariamente una conclusión que une o separa los dos
primeros términos. Según la unión o exclusión mutua de esos conceptos, la
consecuencia es afirmativa o negativa.
Para entender esta definición, basta
observar que el raciocinio o silogismo simple consiste en inferir que, si un
sujeto S tiene una perfección M, a la que conviene una perfección P, resulta
que S tiene la perfección P. Existe, pues, una característica «puente», llamada
término medio, que permite hilvanar los otros dos conceptos, que se llaman
términos extremos. En el antecedente aparecen los dos extremos y el término
medio, pero este último repetido dos veces: en una premisa conviene a uno de
los extremos, y en la otra al restante. Esquemáticamente:
La difamación es una injusticia;
S M
La injusticia es un acto malo.
M P
____________________________________
Por tanto, la difamación es un acto malo.
S P
Como se ve, el término medio (M) es el
que permite realizar la inferencia. En este caso, la razón, al entender la
característica injusticia como atribuida a la difamación, entiende que la
propiedad de ser un acto malo está incluida en la injusticia, y así concluye
atribuyéndosela también a la difamación.
El predicado de la conclusión se llama
término mayor (porque suele tener más universalidad que el otro), y el sujeto,
término menor. La premisa en la que aparece el término o extremo mayor, a su
vez, es denominada premisa mayor; la otra es la premisa menor. En el ejemplo
mencionado, la proposición «la difamación es una injusticia» es la premisa
menor, y «la injusticia es un acto malo» es la premisa mayor (que, como se
advierte, es más universal que la otra).
El uso espontáneo del silogismo. Hay
que tener en cuenta que en el lenguaje corriente, y también en el discurrir
científico que no reflexiona sobre su propia lógica, los raciocinios no se
suelen descomponer en premisas y conclusiones; en el caso anterior se dirá
sencillamente que «la difamación es un acto malo, porque es una injusticia». La
rapidez de nuestro pensamiento nos lleva a omitir ordinariamente la premisa
mayor que, por ser la más general, es la más obvia. Por ejemplo, al razonar que
«si Dios está en todas partes, el hombre nunca está solo», se sobreentienden varias
premisas mayores, como que «al estar Dios en todas partes, también está junto
al hombre», y «cuando alguien está junto a otro, éste no está solo», que son
premisas de varios silogismos implícitos cuyo desglose es innecesario e incluso
enojoso.
Los análisis de la lógica formal
sirven así para conocer con más detalle el curso de nuestro pensamiento, y para
poner en evidencia algunos errores que pueden deslizarse con facilidad,
precisamente por el uso tácito de muchas premisas y por el gran número de
raciocinios que se hacen en breve tiempo. No es raro entonces que se filtre un
error disimuladamente, o por inadvertencia.
A diferencia del conocer científico,
el raciocinio espontáneo de la vida ordinaria suele aplicarse a casos
concretos, partiendo de ciertas premisas universales tácitas: quien dice «como
las luces estaban apagadas, deduje que no había nadie en casa», sobreentiende
que en toda casa habitada, a ciertas horas de la noche, las luces están
encendidas.
Los juicios que emite la conciencia moral
son casi siempre conclusiones de una norma general al caso concreto. La
conclusión «Fulanito es ladrón» es la inferencia lógica de las premisas «el que
sustrae dinero ajeno es ladrón», y «Fulanito sustrae dinero ajeno».
(Tomado de "Lógica", J.J Sanguineti)
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