La llamada ideología de género está hoy en el centro de la atención de muchos, de la de unos porque la proponen (consciente o inconscientemente) como mecanismo (¡uno más!) de destrucción de lo poco que queda de orden natural en las sociedades; y de la de otros porque, sabedores de su intrínseca perversidad, la denuncian y le hacen frente con todos los medios a su disposición.
En este blog, obviamente, pertenecemos al segundo grupo. Denunciamos
la intrínseca perversidad de la ideología de género, y no vemos en ella otra
cosa que un nuevo y más radical ataque contra el orden natural. Un ataque que
desciende ya hasta la raíz misma del concepto de criatura, y mediante la
asunción explícita o solo larvada de la ‘divinización’ del hombre, busca
subvertir ahora sí completamente las cosas, de tal manera que al final del
proceso surja ‘liberado’ hasta de su misma naturaleza humana, un nuevo hombre
consciente de su ‘divinidad’ autoasignada. Panorama seductor para la
desordenada sensibilidad de los hijos de Adán.
Porque la ideología de género en último término lo que
propone es la divinización del hombre, otorgando al ejercicio de su ‘libertad’
un poder demiúrgico sobre su propio ser, un poder de auto-creación, gracias al
cual el hombre determinaría dicha ‘naturaleza’ a su pleno arbitrio, sin tener
para ello en cuenta ningún pretendido dato natural que no estuviera en sí mismo
sometido a la férrea y ‘omnipotente’ voluntad del nuevo ‘dios’.
En verdad es difícil encontrar o tan siquiera imaginar
una rebelión más radical de la criatura hacia su Creador, de la criatura contra
su mismo carácter de tal. A lo largo de la historia, el hombre, movido unas
veces por su ignorancia y las más por su soberbia y sus pasiones, ha negado
aspectos parciales del orden natural, y de ello han brotado filosofías
desquiciadas cuya memoria consignan los manuales de historia del pensamiento
humano. Y en el orden sobrenatural, las herejías han sido asimismo negaciones
parciales del dato revelado, oposiciones a esta o aquella doctrina, rechazos de
este o aquél punto teórico (con
repercusiones prácticas y morales, como no puede ser de otra forma). Pero lo
que nunca se había visto, lo que difícilmente encontrará siquiera precedentes
en la historia de las negaciones humanas, naturales y sobrenaturales, es esta oposición
radical, esta completa negación del dato natural: la criatura que se hace ‘creador’.
Es la negación total.
De ahí la intrínseca maldad de la ideología de género,
que es el aspecto más visible de este movimiento radical de auto-divinización
humana. Maldad intrínseca por cuanto brota de su misma esencia, maldad
incorregible también en cuanto nada de lo que ella conlleva y propone es
asumible en una recta visión del hombre y su realidad: la ideología de género
es esencialmente perversa e irremediablemente dañina.
Por supuesto que sus defensores no la propondrán al
público en los términos en que nosotros la hemos descrito aquí, no, son más
astutos que eso, al contrario ellos buscarán engalanarla con hermosos ropajes
para hacerla apetecible. Buscarán decorarla, así como se decora el árbol de
navidad por estas épocas, para hacerla parecer hermosa a la vista de sus
futuras víctimas.
Y ¿Cómo exactamente harán para lograr embellecer algo que
es esencialmente perverso? Sencillo, mediante el hábil recurso a las palabras
clave: libertad, igualdad, justicia, progreso, modernidad, etc. Estas son
palabras de suyo hermosas, pero cuyo significado, si no se precisa con rigor
intelectual, puede usarse para inocular en los incautos oyentes un veneno
mental capaz de diluir las bases mismas de la vida en sociedad. Y entonces
veremos al ‘ideólogo de género’ salpicar su discurso con estudiadas dosis de
palabras ‘clave’, para así hermosear su teoría y hacerla apetecible a sus ‘compradores’.
Y dado el prestigio socio-emocional que hoy arrastran esas palabras (basta insertar en un discurso cada tres
renglones la palabra libertad, para de inmediato aparecer ante la audiencia
como un hombre ‘valioso’), la estrategia del ‘ideólogo’ surtirá efecto y la
ideología de género será admitida en la esfera social, rodeada del prestigio
alcanzado mediante un discurso calculadamente doble e irremediablemente falaz.
La invitación no podría ser otra que una a la oposición frontal,
radical y sin complejos contra la ideología de género. La defensa del orden
natural (y por ende del sobrenatural) es hoy, dada la gravedad del momento, un
imperativo que debiera sacudir la conciencia de todo hombre de sanas ideas. Lo que
está en juego es nada más y nada menos que el entero edificio de la civilización,
atacado desde sus bases metafísicas y antropológicas, que terminará sucumbiendo
ante el empuje coordinado y seductor de los ‘ideólogos del género’, que cuales
nuevos flautistas de Hamelin, tocan su embriagadora melodía confiados en que la
dulzura de sus notas hará que corran tras de ellos los hombres, y tras de los
hombres las naciones, y tras de las naciones la civilización. Habrán entonces
logrado el mayor de sus anhelos: la construcción de un nuevo orden de cosas,
mediante el ejercicio de su pretendida ‘divinidad’.
¡Dios nos conceda dar la batalla!
Leonardo Rodríguez
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