La segunda operación de la inteligencia ha sido muy
ejercida pero poco estudiada. Una vez que poseemos muchos abstractos conocemos
que ninguno de ellos es suficiente para agotar la capacidad de pensar, pues
hombre no es perro y perro no es gato. No existe ningún abstracto capaz de
saturar a la inteligencia. Con un solo abstracto no podemos conocerlo todo.
Reconocer la propia limitación del conocimiento es,
curiosamente, el modo de superar dicho límite. Porque ahora la inteligencia
puede reunir lo común a varios abstractos en una idea general.
Por ejemplo: a partir de hombre, perro y gato podemos
formar la idea de animal, o de vertebrado, o de mamífero. Como las ideas
generales las hemos formado nosotros, son, en cierto modo, fruto de nuestra libertad:
hombre, perro y gato podemos unirlos tanto en la idea de animal como en la de
vertebrados o implumes.
Por eso unas ideas son, por decirlo así, más generales que
otras, e incluso puede haber ideas generales que engloben a otras ideas
generales. Y puede decirse que siempre es posible generalizar más, es decir,
que no existe una última idea general, porque depende de qué cosas dejemos de
lado y de qué cosas consideremos comunes, a la hora de formar una idea.
Estas ideas son muy importantes en el conocimiento
científico, pues las teorías e hipótesis de la ciencia experimental son
generalizaciones.
¿Significa esto que las ideas generales no son reales,
que son ficciones en el sentido antes mencionado? No. Las ideas generales se
refieren a los abstractos, pero solo parcialmente, o sea, solo a aquella nota o
propiedad en que nos hemos fijado para formar esa idea. Dicho de otro modo: el hombre
no es solo vertebrado o animal o implume. Hombre es lo que tiene de propio;
vertebrado, etc., es lo que tiene en común con otros abstractos. Por eso lo
real no es más que un «caso» de la idea general. Un hombre es un «caso» de
animal (idea general), porque además del hombre también los perros y los gatos,
etc., son animales. Así como en las fórmulas matemáticas una variable puede admitir
muchos valores (casos), así también la idea general puede aplicarse a muchos
abstractos.
Al no existir una idea general última, siempre es posible
generalizar más. Aquí tenemos, pues, abierta una puerta hacia el progreso
indefinido del conocimiento, tanto más cuanto que las ciencias experimentales
funcionan con ideas generales. En efecto, buscar regularidades, leyes, es
buscar lo común a muchas cosas diversas; y buscar cada vez leyes más generales,
es buscar una idea cada vez más general. Y como estas ideas, por decirlo así,
no ajustan perfectamente con la realidad, siempre es posible buscar leyes más
precisas, más exactas, sabiendo, a la vez, que ninguna será perfecta porque ninguna
se refiere en plenitud a una realidad sino que trata solo sobre una parte.
Los filósofos clásicos hablaban de géneros y especies; en
nuestro tiempo se buscan, en cambio, leyes. Todo esto son ejemplos de generalizaciones.
Si aplicamos, por ejemplo, el principio de Arquímedes, a un barco, el barco es un
caso en el que se cumple dicho principio. Esto significa que el barco no es un
principio, ni forma parte de la ley general enunciada por él; el barco es
completamente extrínseco a la ley, pero en la realidad ocurre de hecho que el
barco cumple la ley. El principio de Arquímedes no habla de barcos sino que
enuncia que «todo cuerpo sumergido en un fluido, experimenta un empuje vertical
hacia arriba, igual al peso del volumen desalojado». Por tanto, barco, tronco,
hombre, elefante o caballo, son «casos» de «cuerpo». El barco flota no por ser
barco, sino por ser un cuerpo que cumple el principio. Más claro se ve en los
problemas de física referidos al movimiento; no es preciso concretar si es una locomotora,
un coche, una bicicleta o un hombre, el que recorre una determinada distancia
en un tiempo dado, para que se pida calcular la velocidad; basta decir: «un móvil».
La idea general se atiene a una sola nota o propiedad y, por tanto, no permite
conocer la naturaleza de la realidad sobre la que trata.
Aquí caso y hecho significan lo mismo. Ningún ser es un
hecho porque los hechos no existen en sí sino que son cosas que le suceden a
los seres. Por ejemplo, es un hecho que fulano está sentado, escribiendo,
hablando, etc. Los hechos no son realidades subsistentes sino acciones,
pasiones o propiedades de las cosas. En el caso del barco, sucede que flota,
pero la flotación no es un ser o una substancia sino lo que le sucede al barco.
Pues bien, la realidad está en las ideas generales como
un caso de estas: es el caso —o es un hecho — que el hombre es un animal, o un
vertebrado, o implume, etc.
No hay que olvidar que las ideas generales no derivan del
conocimiento sensible, sino que las formamos nosotros, y para formarlas nos
fijamos en aquellos aspectos de los abstractos que, libremente, hemos
determinado. Aunque no se puede decir propiamente que aquí la mente finge, pues
se ha basado en el abstracto, sí es verdad que la generalización depende de
nosotros, no nos viene impuesta por las cosas. O dicho de otro modo: no es la
realidad la que tiene que coincidir con la idea sino al revés: hemos de formar
la idea de modo que, en algún aspecto, se adecue a la realidad. Y como nunca
coincidirá totalmente con ella, no puede decirse que la idea general nos dé a
conocer la realidad sino solo «algo» de la realidad.
A veces decimos: es un hecho que América fue descubierta
en 1492. ¿Qué queremos decir con esta frase? No queremos decir que América sea
un descubrimiento, ni que sea un año, el año de 1492, sino que su
descubrimiento —un hecho— ocurrió en esa fecha. Decir «esto es un hecho» es,
aunque resulte extraño, que «eso» coincide con nuestra idea o con nuestra ley,
que la cumple. Un hecho no es más que el cumplimiento de una idea general o de
una ley. Un hecho es que realidad y pensamiento coinciden en algún aspecto.
(Tomado de "¿Por qué pensar si no es obligatorio?")
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