Vivimos en una época que no es amiga de las afirmaciones absolutas. Llamamos aquí afirmaciones absolutas a aquellas en las cuales se dice que algo es de determinada forma, en las que afirmamos algo de alguna cosa, sin dudar, sino con la intención de haber emitido un juicio cierto y verdadero, no una opinión ni una mera posibilidad entre otras.
Y precisamente nuestra época es enemiga de las afirmaciones absolutas porque es amiga de las afirmaciones relativas, es decir, aquellas en las cuales una de dos, o no se afirma nada puesto que se considera que no se tiene conocimiento cierto sobre el asunto, o se afirma algo pero como mera opinión, mera posibilidad, mera 'postura' personal, dudando de lo mismo que afirmamos y siempre 'respetuosos' de las opiniones, posibilidades, y posturas de los demás. Ya que ni nosotros ni ellos 'poseemos la verdad', y por tanto la 'humildad' aconseja ser precavidos y no ir por la vida proclamando o defendiendo supuestas verdades.
Pero el amable lector quizá dirá que lo que aquí afirmamos no es del todo cierto puesto que a diario los hombres realizamos afirmaciones 'absolutas', casi cada vez que hablamos, puesto que efectivamente cada vez que hablamos le concedemos un valor a lo que estamos diciendo, es decir, creemos que lo que decimos es verdad y queremos que el que nos oye crea lo mismo (a no ser que intentemos deliberadamente mentir, pero ese es otro tema).
Cuando, por ejemplo, relatamos a un grupo de amigos un episodio jocoso ocurrido en nuestro lugar de trabajo creemos obviamente que lo que decimos es cierto y queremos que así lo tomen los que nos escuchan. Sin esto no tendría sentido ninguna comunicación humana; pensemos por un instante en el absurdo de querer comunicarnos con los demás (o con nosotros mismos) pero teniendo siempre de antemano la seguridad de que lo que decimos es falso y de que quienes nos oyen pensarán lo mismo. En esas condiciones ¿Para qué comunicarnos?
De manera que tu objeción, amable lector, de que a diario estamos comunicándonos y, por tanto, dando un valor de sólida verdad a lo que decimos (así como presuponiéndolo en quienes nos hablan, pues no vamos por ahí creyendo que todos nos mienten siempre) es correcta. Razón por la cual me obligas a ser más preciso en mi afirmación:
La época actual es enemiga de las afirmaciones absolutas, sobre todo en terreno moral y metafísico.
Las afirmaciones absolutas en terreno moral son aquellas en las que calificamos como moralmente bueno o malo un comportamiento humano. Como cuando decimos que el aborto es, a parte de un crimen horrendo, un horrendo mal moral, algo moralmente malo. O cuando decimos que socorrer al pobre en sus necesidades es algo moralmente bueno. Son estas afirmaciones de bondad y maldad, afirmaciones absolutas de moralidad, las que rechaza esta época nuestra. Las causas de este rechazo son muchas, y los autores interesados en estos temas han buscado los orígenes de esta actitud hacia atrás en la historia, llegando a rastrear dichos orígenes hasta los albores de la modernidad, por allá en la época del llamado 'renacimiento', siglos XIV y XV. Y algunos con mayor precisión señalan el periodo de la escolástica decadente, siglo XIV, con personajes como Guillermo de Ockham, cuyas doctrinas abrieron el camino a buena parte de las tesis que andando el tiempo la modernidad hizo suyas, desarrollando los gérmenes presentes en las doctrinas ockhamistas.
Por otra parte, el rechazo de las afirmaciones absolutas en terreno metafísico significa que la época moderna ha abandonado la búsqueda de respuestas totales sobre el hombre, el universo, la trascendencia espiritual, el más allá, la fuente del ser, el fin de la criatura racional, etc. Y se ha reducido a procurar la comodidad física de los ciudadanos, y a lo más a tomar por respuestas totales las afirmaciones limitadas de las ciencias de laboratorio. En otras palabras: cada día sabemos más sobre lo que es menos importante, al mismo tiempo que ignoramos casi del todo aquello que constituye el verdadero centro de la existencia: su sentido, su razón.
Naturalmente que en todo ello han tenido un rol definitivo las filosofías de la inmanencia que se han establecido luego de la revolución cartesiana.
Pero eso será, quizá, tema de otro momento.
Leonardo Rodríguez
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