Los enunciados (cuya expresión oral o escrita son las
oraciones enunciativas, también llamadas proposiciones) consisten en ciertos
conceptos complejos en los que se unen o separan dos conceptos simples o nociones,
mediante la afirmación o la negación. No es lo mismo el enunciado que el juicio
enunciativo, aunque a veces se toma al uno por el otro, porque el enunciado es
la representación mental producida o formada por el acto de juzgar, mientras
que el juicio es la misma operación intelectual que produce o forma el enunciado.
(Por lo demás, caben juicios y oraciones que no sean enunciativos, ya que el
entendimiento es capaz no sólo de enunciar la verdad, sino también de dirigir
las acciones humanas; por lo cual se dan también oraciones vocativas,
interrogativas, imperativas, exhortativas y deprecativas, a las que
corresponden juicios de todos esos tipos. Pero la verdad de la ciencia,
principal objetivo de la lógica, sólo se contiene en los juicios enunciativos y
en los enunciados y oraciones enunciativas).
En los enunciados se contienen otras propiedades lógicas,
como las que corresponden a determinadas nociones por el hecho de ser sujeto de
un enunciado o de ser predicado del mismo. Ciertamente, el ser sujeto o el ser
predicado no es algo que corresponda al contenido de ninguna noción real, pero
se le añade por el hecho de formar parte de un enunciado, afirmativo o
negativo; y lo que se añade en este caso a las nociones reales son otras tantas
propiedades lógicas o relaciones de mera razón.
Acabamos de decir que sólo en los enunciados se contiene
la verdad de la ciencia. Conviene explicar esto con algún detalle. En todo
enunciado, también lo hemos dicho, se da un sujeto del que se afirma o niega
algo, y un predicado, que se afirma o niega del sujeto: son las dos nociones
que hacen de materia del enunciado; pero se da también la misma afirmación o
negación, que es la forma del enunciado, y que unas veces se expresa de forma
explícita y atemporal, como cuando decimos «el hombre es racional» y otras de
manera implícita y temporal, incorporada entonces al predicado, como cuando
decimos «el hombre razona». Pues bien, ¿cómo es posible unir el predicado al
sujeto para constituir el enunciado, en este caso afirmativo? Porque las dos
nociones son distintas, no sólo en cuanto a sus propiedades lógicas —la una
hace de sujeto y la otra de predicado—, sino también, en la inmensa mayoría de
los casos, en cuanto a sus propiedades reales (sólo hay una excepción, en los
enunciados enteramente tautológicos, como el hombre es hombre).
Por eso, ateniéndonos a las meras nociones enlazadas, por
ejemplo, hombre y racional, no podría verificarse esa unión; que es propiamente
una identificación. Si lo hacemos, es con vistas a la realidad, o sea, que
suponiendo a la realidad representada en el sujeto, afirmamos de ella lo
representado en el predicado, es decir, lo que el entendimiento ha conocido de
la realidad. Así, la comparación de las dos nociones —sujeto y predicado— se
convierte de hecho en la comparación de la realidad con lo que el entendimiento
ha captado de ella, y al afirmar su unión (o mejor, su identificación) lo que
se hace, es decir, que en la realidad son lo mismo el sujeto y el predicado, o
sea, lo representado por el sujeto y lo representado por el predicado. Por eso
es en el enunciado donde se da propiamente la verdad, y no sólo se da, sino que
además es conocida, ya sea de manera explícita, como cuando decimos es verdad
que el hombre es racional, ya de manera implícita, como cuando decimos
simplemente el hombre es racional.
Por lo demás, los enunciados científicos, o las
proposiciones de la ciencia, aparte de ser verdaderos, tienen que ser asimismo
universales y necesarios: universales, porque no valen para un único caso o
para un solo individuo de los muchísimos que contiene una especie o un género,
sino que vale para todos, y necesarios porque valen siempre y en todas partes,
de manera uniforme e invariable.
(Tomado de "Tomás de Aquino, maestro del orden")
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