El orden
moral es el orden de lo voluntario. Por eso Tomás de Aquino asigna a la
Filosofía Moral el estudio del orden que la razón introduce, al considerarlo,
en los actos de la voluntad. Veamos, primero, en qué consiste lo voluntario y
después veremos el orden al que deben sujetarse los actos de la voluntad. Según
Santo Tomás, voluntario es lo que procede de un principio intrínseco con
conocimiento del fin (I-II, q. 6, a. 1).
La
procedencia de un principio intrínseco es como el elemento genérico de esa
definición, mientras que el conocimiento del fin es como el elemento específico
de la misma. Por esta razón, lo voluntario se opone, tanto a lo violento y lo
artificial como a lo natural no viviente y a lo viviente no cognoscitivo, según
la siguiente escala: lo que se opone genéricamente a lo voluntario es lo que
procede de un principio extrínseco, y puede ser contranatural (violento) o
preternatural (artificial), y lo que se opone específicamente a lo voluntario
es lo que se realiza sin conocimiento del fin, y puede ser simplemente natural (no
viviente), o viviente no cognoscitivo (vegetativo).
Por su
parte, el conocimiento del fin puede realizarse de dos modos: uno perfecto,
cuando se conoce el fin como fin o en su razón formal del fin, lo que sólo es
posible en el conocimiento intelectual; otro imperfecto, cuando se conoce algo
que es fin, pero sin conocer su razón formal de fin, lo que ocurre en el
conocimiento sensitivo. De aquí que lo voluntario se divida en perfecto o
propiamente dicho, que tiene a su base un conocimiento intelectual del fin, e
imperfecto o impropiamente dicho, que se apoya en un conocimiento sensitivo de aquello
que es fin, pero sin alcanzar el fin como tal. Por último, lo voluntario puede
ser directo e indirecto. Se llama voluntario directo a lo que procede
positivamente de la voluntad (un acto positivo de ella), y voluntario indirecto
a lo que no procede positivamente de la voluntad, pero le es imputable (la
omisión voluntaria de un acto).
Por su
parte, lo involuntario que es lo contrario de lo voluntario, puede deberse a
una de estas cuatro causas: violencia, miedo, concupiscencia e ignorancia. La
violencia procede de un principio extrínseco sin cooperación alguna de lo
violentado, sino con resistencia y oposición por parte de éste. La violencia no
puede afectar a los actos elícitos de la voluntad, sino sólo a los actos
imperados (se llaman actos elícitos de la voluntad a los que realiza ella
misma, y actos imperados a los que realiza cualquier otra facultad en tanto que
movida por aquélla). El miedo no quita enteramente la voluntariedad, sino que
produce un acto mixto de voluntario e involuntario. Santo Tomás lo considera
como una violencia condicionada.
La
violencia —escribe— es doble: una que engendra necesidad absoluta y que es
llamada por Aristóteles violencia sin más (...); otra que produce necesidad
condicionada y que es llamada por el mismo autor violencia mixta (...). Y como
ésta se produce por el hecho de que se teme algún peligro inminente, por eso
dicha fuerza es lo mismo que el miedo, que coacciona de algún modo a la
voluntad. (III, Sup., q. 47, a. 1)
La
concupiscencia, es decir, la pasión del apetito sensitivo respecto del bien
sensible, no causa de suyo lo involuntario, sino que más bien aumenta la
voluntariedad. Sin embargo, a veces, una pasión vehemente puede impedir el uso
de la razón y, por consiguiente, privar del conocimiento del fin, y entonces la
concupiscencia causa la involuntariedad. Finalmente, la ignorancia, cuando es
antecedente al acto de la voluntad e invencible, causa lo involuntario
precisamente por falta de conocimiento del fin; cuando es concomitante al acto
de la voluntad, causa asimismo lo involuntario por la misma razón, pero cuando
es consiguiente a dicho acto, como es una ignorancia querida, no causa lo involuntario,
sino que es un signo de voluntariedad.
(Tomado de "Tomás de Aquino, maestro del orden")
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